Mi hij@ adolescente se preocupa “por tonterías”
¿Os habéis descubierto pensando o diciendo esta frase? ¿Os la han dicho alguna vez? En consulta psicológica es una situación algo habitual. Desde los adolescentes que me dicen que llevan mucho tiempo queriendo acudir a consulta pero no se les ha permitido porque consideraban que no tenía los problemas suficientes, hasta las familias que expresan claramente que no entienden por qué sus hijas tienen esas emociones tan intensas ante situaciones triviales.
Teniendo en cuenta que estas situaciones se dan, pero no es el 100% de los casos, he decidido abordar este tema en el post de esta semana. Si bien es cierto que hay familias muy implicadas en el bienestar emocional de sus menores más allá de los problemas de comportamiento que tanto molestan, hay niños y adolescentes que se ven empujados a tomar la iniciativa y a pedir que les ayude una persona profesional.
En cierta parte, este ejercicio de tomar la iniciativa tiene un aspecto positivo. Eso significa que las personas más jóvenes normalizan aún más la psicología y saben que estamos ahí para ayudarles. La parte negativa es que, cuando la necesidad es descubierta por las menores, no siempre es tomada en cuenta y se relativiza ese malestar emocional que presenta.
Los problemas en la adolescencia pueden hacer referencia a diferentes aspectos. Algunos más graves y otros menos graves pero todos ellos importantes en la medida en la que impactan de forma negativa a la propia persona. Si el grupo de amistades se critica entre ellos como forma habitual de socialización, influye negativamente en la autoestima. Si le han dicho que no podían quedar y luego ve por redes sociales una foto en la que ha quedado todo el grupo menos él, influye en la autoestima. A raíz de las disputas generadas con su grupo de iguales, las adolescentes pueden vivir emociones muy desagradables como: rechazo, incomprensión, decepción, culpa, soledad, frustración, rabia, odio... y todas estas emociones sin poder salir sin sentirse juzgadas, pueden acumularse, enredarse y volverse una maraña mucho más complicada de desliar. Pero esto no es por la adolescencia y las hormonas. A las personas adultas también se le enredan las emociones y si no son desliadas, puede afectar a otros aspectos de su vida como a la pareja o a la familia al sentirse más irritables y al trabajo al volverse menos eficientes por un estado de ánimo desagradable.
¿Y por qué no se desahogan con sus padres y madres en lugar de acudir a una persona profesional?, podréis pensar mientras leéis esto. Hay distintas respuestas a esta pregunta.
En primer lugar y a nivel general (teniendo en cuenta que cada familia es diferente), en la adolescencia se da una separación con respecto a sus figuras de protección y se acercan más a sus iguales. En estas ocasiones, si hay confianza con sus amistades, hablan y se desahogan, pero la madurez emocional de las personas que les ayudan no es tan desarrollada como para solventar esas dificultades y esas emociones que están sintiendo. Por otra parte, si el problema tiene su origen en su grupo de iguales ¿a quién acuden si no pueden hacerlo con sus amistades y no se sienten a gusto contándolo en familia?
En segundo lugar, hay familias que, con muy buena intención, intentan ayudar a sus hijos, pero lo hacen desde su propia percepción de la vida sin empatizar con las prioridades y las emociones de las personas adolescentes. He escuchado a padres intentar ayudar a sus hijas explicándoles que se tienen que centrar en los estudios y olvidarse de otros problemas, cuando la realidad es que a los adolescentes les importan muchas más cosas que los estudios y, por tanto, esas otras cosas forman una gran e intensa parte de sus vidas.
En otras ocasiones, he escuchado a madres decir: "es que eso son tonterías", hecho que hace que los hijos se sientan incomprendidos, juzgados y se cierren aún más porque reciben una crítica en lugar de recibir ese apoyo y acompañamiento que están esperando. Es más que comprensible que las personas adultas conciban que sentirse tan mal por un comentario de una amiga o romper con una pareja con la que llevaban saliendo dos semanas, no son causas suficientes. A medida que van pasando los años, las personas nos enfrentamos a múltiples dificultades: no poder optar a estudios superiores, no encontrar trabajo, fallecimiento de familiares, cuidado de personas dependientes, etc. pero si una persona de 15 años se preocupara por esas cosas, sería entonces cuando habría un grave problema. Cada edad tiene sus dificultades valoradas con la madurez emocional de la época.
Por otra parte, algunas personas valoran la importancia de un problema en función de las posibles soluciones. Lo que se nos olvida es que la importancia de un problema no siempre viene dada por la posibilidad de respuesta sino por las emociones que supone. Si a mi consulta acude una persona con depresión diagnosticada y el origen de esa depresión es que ha sufrido un rechazo por parte de sus amistades, no sería buena praxis negarme a tratarle porque considero que la causa es trivial, de la misma forma que no lo haríamos si esa sintomatología viene dada por una ruptura de pareja, un cambio de domicilio o ante la pérdida de un trabajo.
Por último, no es necesario acudir a consulta psicológica cuando el problema es grave, de la misma forma que no esperamos a ir al dentista cuando tenemos caries en toda la dentadura. De hecho, los estudios afirman que las dificultades diagnosticadas de forma temprana, tienen un mejor pronóstico en su recuperación. ¿De verdad necesitamos que sus problemas emocionales afecten en sus estudios, en casa y con sus amistades para ayudarles a sentirse mejor? Trabajemos para que las resistencias y mitos a cerca de la psicología por parte de las personas adultas, no condicionen negativamente en el estado emocional de las personas jóvenes.
Mónica Blasco.